dimarts, 1 de desembre del 2009

La Señora María

" Vamos a ver, Sra. María, - comencé mientras ojeaba su historial médico que ya me sabía de memoria - la semana pasada acabamos... cuando era usted joven e iba a los bailes de Viena, ¿se acuerda usted?
- Sí, los bailes de Viena... - contestó la Sra. María - claro que me acuerdo. Nuestro cochero se pasaba el día preparando el coche y los caballos. Mi madre nos llevaba a mi hermano mayor y a mí a comprarnos ropa para estrenar esa noche, ¿sabe usted? Si nos hubiera visto... ¡Qué vestidos! ¡Qué joyas! - la mirada de la Sra. María brillaba con intensidad.
- ¿Y cuando fue aquello? - pregunté.
- Yo tendría... unos 16 años, y mi hermano Wolfie 18. Pues como le decía, el cochero nos recogía a las 7 en la puerta principal, a mis padres, a mi hermano y a mí, y nos llevaba al Palacio de Invierno. Allí nos recibía el paje, nos conducía a la entrada y anunciaba nuestra llegada. "¡El General Müller, su esposa y sus hijos!" decía bien alto desde la entrada del salón de baile. Mis padres se iban por un lado y mi hermano y yo por el nuestro, junto al resto de jóvenes de la ciudad ¿sabe usted? En un momento llenábamos nuestros respectivos carnets de baile. ¡Ah, si hubiera visto lo guapa que era entonces! Y Wolfie era la imagen misma de la elegancia.
- Hábleme más de su hermano.
- Nos queríamos mucho ¿sabe? Todos decían que en poco tiempo llegaría a capitán de húsares. Aunque nos veíamos poco. Él se pasaba buena parte del año en la academia de oficiales. Montaba a caballo como nadie. Lástima que tuviésemos que acabar comiéndonos los caballos, durante la guerra. - Su mirada se ensombreció. - Así, claro, nos convertimos en caballos, todos trotando por el campo. Yo era la yegua más bonita de todas...
- ¿Quienes iban por el campo? - le pregunté, mirándola fijamente a los ojos. Yo sabía que era la única oportunidad, en esta pequeña linea entre sus recuerdos y su locura. Según los escritos del Dr. Freud, era el lugar de su mente en el cual se encontraba su curación.
- Mi madre y yo, creo, - la anciana se llevó su huesuda mano a la boca, dubitativa - y más gente que ahora no recuerdo.
- ¿Y qué hacían en el campo? - insistí, acercando cada vez más mi cara a la suya.
- Yo... ¡corríamos! eso es, corríamos... Nos seguían unos grandes cuervos que lanzaban huevos de fuego. - Las lágrimas empezaban a resbalar por las grietas de su cara, contraída por el esfuerzo de recordar.
- ¿No serían aviones? ¿Aviones enemigos? - insistí mientras me levantaba por la tensión, sería ahora o nunca. - ¿No corría con su marido y sus tres hijas?
- No... yo... - de pronto cambió a un tono más agudo, más infantil - Lo siento, ya tengo el carnet de baile completo. Además, mi mamá no me deja bailar con desconocidos.
- De acuerdo, María - repuse desolado tras un largo suspiro. Me eché hacia atrás y miré cómo observaba fijamente sus gastadas zapatillas. Sus ojos ya no eran los de una anciana, ni siquiera parecían los de una persona... viva. - Ahora la señorita Elena le acompañará a su cuarto para que duerma un poco, ¿le parece bien?
- Sí, dormiré un poco - musitó mientras asentía con la cabeza"
Mientras la enfermera acompañaba a su cuarto a la Sra. María con una delicadeza infinita, aproveché para salir al patio a fumar un cigarrillo y calmarme. Estaba nevando y la noche era demasiado fría para la bata y la camisa que llevaba. No me importó. Pensé que habían otros lugares más fríos, mucho más fríos en la mente de algunas personas. Del otro lado del horizonte, en la ciudad, se veía el tenue resplandor de otras bombas de otros aviones, que caían sobre otras Señoras María.

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